jueves, 20 de marzo de 2008

Sara

Ver por primera vez a la ex-esposa de Carlos me alivió de la culpa que sentía desde aquella fiesta en la que nos conocimos: era fea y sin chiste.
La recuerdo en la misa de graduación de su hijo Andrés con un vestido negro de seda con estampado de flores de cerezo que resaltaba su figura plana... no tenía chichis ni nalgas, demasiado flaca para un vestido. ¡Pobrecita! ¿Sería tan tonta para no haberse puesto mejor unos pantalones que remediaran sus piernas de pollo? Era flaca hasta para las pulseras doradas de H.Stern que llevaba... pulseras que se veían mejor en mis muñecas; suerte que no me las había puesto ese día, sería mayor el bochorno para Carlos el darse cuenta que la tienda me había mandado el mismo modelo a mí y a su ex-esposa. Quizás a muchas otras más.

Definitivamente no podía volver a ponerme esas preciosas pulseras.

-Ven. Vamos a saludar.
-Yo aquí te espero.
-No seas payasa... Vamos rápido ahora que casi no hay gente. Al rato a te van a venir a saludar, que no se te olvide.

Ya para cuando terminó de payasearme, Carlos me había guiado por la mitad del atrio de la Iglesia; estabamos a dos zancadas de su ex-esposa.
-Lo que se me olvidó fue el nombre de...
-Alicia. Tu tranquila que yo hago las presentaciones... ¡Hola Alicia! Mira, te presento a...
-Es un placer. -lo dijo tan cortante y cordial que por un momento me olvidé de lo mal que me caía. Le dediqué mi mejor sonrisa.
-El placer es todo mío.

Después de ese episodio, jamás volví a sentirme culpable; con razón Carlos la había dejado.

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